Un cancer llamado mediocridad

Al echar un vistazo al panorama político español no puede uno menos que caer en la desesperanza. La política se define como el arte o la doctrina referente al gobierno de un Estado y, por consiguiente, es el estamento compuesto de personas cuya ocupación es velar por el conjunto de la sociedad y sus necesidades, tratando de satisfacerlas siempre con la mirada puesta en el bien común y en la pacífica convivencia colectiva. 

Esta vocación social inherente al cargo político ha desaparecido por completo y ha dado paso a un sinfín de intereses partidistas, ideológicos o incluso individuales, provocando un vacío social sin comparación en la historia de nuestro país.

La España de finales del siglo XIX vivió una profunda depresión provocada por las constantes derrotas militares que desdibujaron el mapa colonial tan ansiado por los gobernantes de turno (que dicho sea de paso erraron enormemente en sus decisiones y pretensiones). La sociedad de entonces se sumió un una gran crisis moral, política y social. Surgió, pues, un grupo de pensadores, escritores, intelectuales, poetas y ensayistas, que promovió una reforma y modernización política, económica y educativa, dándole un importante impulso cultural a la sociedad y devolviéndole la esperanza y la ilusión. Se los conoció como la Generación del 98.

Ahora bien, quienes puedan ver un paralelismo con la situación actual no pueden estar más equivocados. Cierto es que la sociedad actual está sumida en una profunda depresión similar a la del siglo XIX, pero no menos cierto es que a día de hoy no ha surgido ningún movimiento sociocultural capaz de esperanzar mínimamente al pueblo ni existe el más mínimo atisbo de que vaya a surgir.Y es que existe un mal endémico y cancerígeno que se ha instalado en lo más hondo del ser humano y que se ha propagado por la sociedad a un ritmo vertiginoso, infectando a todos los estamentos sociales sin distinción alguna. Hablamos de la Mediocridad.

La mediocridad es lo que hace que se critique y ataque a las personas que destacan, a los que son más inteligentes y supieron aprovechar sus oportunidades y tomar decisiones acertadas, a aquellos que triunfaron en la vida con su esfuerzo y sacrificio, a aquellos que dejaron un buen legado para sus hijos y nietos, que serán hoy más o menos afortunados sin mérito propio pero no por ello han de tener que convertirse en mediocres.

La mediocridad es la semilla de la envidia que lleva al odio a quienes viven mejor, a quienes tienen más o a quienes simplemente disfrutan más de la vida. Es esa envidia que se adhiere al subconsciente y que habla de que todos estén al mismo nivel, siendo este nivel la más pura miseria intelectual.

La mediocridad es lo que hace que una persona vuelque sus esfuerzos en reivindicar una ayuda de cuatrocientos euros para poder subsistir de mala manera antes que luchar por un puesto de trabajo digno. Es la constante proclamación de derechos inalienables sin obligaciones ni responsabilidades.

La mediocridad es lo que lleva a las personas a estudiar la manera de poder defraudar en vez de estudiar para ser mejores profesionales. Es el seno de la corrupción, de la falta de ética profesional, de honradez y de moral, es la justificación del delito y del incumplimiento de las normas. Es la incapacidad de vivir en una sociedad justa y ordenada que respete el mérito, las capacidades y el esfuerzo personal.

La mediocridad es el discurso fácil y demagógico, es la canción que gusta escuchar, es la moda que todos siguen para sentirse parte de algo aun sin saber de qué. Es el estancamiento evolutivo, el conformismo y el acomodamiento, es la falta de inquietudes y motivaciones, la incapacidad de ver los propios errores, es la búsqueda constante de reconocimiento, la ausencia de autocrítica y el olvido de la autorrealización personal.

La mediocridad es la empresa obsesionada por hundir a la competencia en vez de preocuparse por crecer y mejorar su calidad. Es la lucha de precios como única herramienta, es el monopolio y el abuso de poder, es el trato de favores, el desprecio al trabajador. Es la mediocridad la que hace necesarios los sindicatos y representantes de trabajadores, es la que enfrenta a obreros y capataces, es la que llena los bolsillos del empresario de manera ilícita, es la carencia de responsabilidad social, es el egoísmo y la avaricia.

La mediocridad es una dictadura disfrazada con la máscara de la igualdad de derechos y oportunidades, de facilidades y ayudas, de paridad y bonificaciones. Es el discurso demagógico cuyo único objetivo es que no haya nadie que escape de esa mediocridad sectaria.

La mediocridad es el cáncer social del siglo XXI, es la tercera guerra mundial que libra cada persona en su interior, es la peste de la inteligencia y del razonamiento, es un mal sistémico y endogámico que absorbe cuanto pasa a su lado como un agujero negro engulle la luz que le rodea.

Dentro de esta mediocridad social en la que nos encontramos hay quienes se erigen como revolucionarios y salvadores o quienes prometen y dan soluciones, pero todos ellos desde la más pura  mediocridad intelectual, aprovechando que la sociedad no se percata de su propia mediocridad, la misma sociedad mediocre es quienes les encumbra como a dioses entre mortales. Y es que ya lo dice el refrán, “en tierra de ciegos, el tuerto es el rey” pero no olviden que aunque sea rey, el tuerto sólo puede ver en dos dimensiones.