El ojo del Gran Hermano

Uno de los realities más conocidos a nivel mundial es, sin duda, Gran Hermano, el cual, sin entrar a valorar demasiado su motivación o finalidad, resulta un buen punto de partida para exponer la que, a mi juicio, está siendo la indiscutible realidad de este grupo de pseudopolíticos que abandera el gran cambio social.

La prensa rosa de nuestro país, alimentada por esa gran masa de adictos a la vida ajena, chabacana, morbosa e indecente, ve en este tipo de programas una legítima oportunidad de enriquecerse a base de destapar y sacar a la luz los entresijos más tórridos del pasado de cada concursante y así, desde el principio de su emisión, se ha aceptado conditio sine qua non que la exposición a los medios era un cláusula más del contrato de la fama.

Además, teniendo en cuenta que cualquier persona del mundo es un periodista en potencia gracias a las nuevas tecnologías y a la capacidad de comunicación de la red, mantener hoy en día una vida privada siendo un personaje público es digno del mismísimo Ethan Hunt.

Nos encontramos, pues, en un contexto social de aniquilación de privacidades y relucir de turbios pasados que no discrimina castas ni credos. Y es en este contexto en el que aparece este movimiento revolucionario que se dirige a las masas ávidas de justicia con un discurso fácil, demagógico y populista, proclamando a los cuatro vientos que ha llegado la hora de predicar con ejemplo y borrar de un plumazo a la corrupta y desfasada clase política afincada en el poder. Y sin que les falte razón en esto último, conviene señalar que erraron al olvidar que el ojo del Gran Hermano todo lo ve, sin importarle casta ni credo.

Del mismo modo en el que las vidas de los concursantes del reality fueron exhibidas para gozo y deleite de la audiencia, la de los representantes de este movimiento transformado en partido político quedó expuesta y lista para sentencia. Y menudas joyas para la prensa nacional que, si bien ya existía tirón mediático cada vez que ciertos nombres salían a la palestra, vieron la oportunidad de seguir alimentando a ese sector consumista de escándalos y conspiraciones.

Y así conocimos que el señor Pablo Iglesias presume de ser hijo de un miembro del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), una organización armada de los 70 que asesinó en nuestro país a personas inocentes y llevó a cabo atentados y acciones violentas. Él mismo se enorgullece de este pasado familiar en un artículo escrito en Público el 18 de septiembre de 2012 y titulado “El último secretario general” en el que alaba la figura de Santiago Carrillo quien, al margen de su innegable carisma político, nunca ha sido ni será juzgado por sus crímenes de guerra (los fusilamientos de Paracuellos). Un líder, Pablo Iglesias, que en varias ocasiones ha defendido la lucha armada como medio para lograr fines políticos. Un líder que, al igual que su número dos, el señor Juan Carlos Monedero, está teniendo serias dificultades para justificar ciertos ingresos procedentes de países con dudosas democracias y libertades. Países a los que, además, utiliza como modelos a seguir sin ser consciente ni solidario con la situación de sus miles de ciudadanos que sufren y mueren diariamente debido a la falta de libertades y de derechos humanos.

Y es que cada día vamos sabiendo más de estos cabecillas de la revolución política española quienes, poco a poco, se van alejando del paradigma moral que predican y en el que se supone que la sociedad debe mirarse. Sólo la ignorancia o el hastío irracional pueden justificar el apoyo a este partido que esconde tras sus oratorias populistas la intención de implantar una dictadura socialista propia de repúblicas bananeras y alzar a su líder como supremo salvador para que pueda vivir como un marajá al tiempo que su pueblo muere de hambre (tal cual pasa en su amada Venezuela).

El conocimiento es su mayor enemigo y muestra de ello es que se defienden constantemente con lemas como “su odio, nuestra sonrisa” con el que tratan de manipular la opinión pública y hacer creer que son atacados, cuando lo único que sucede es que la información sale a la luz.

Por eso no hay que caer en su juego y pensar que son estrategias de la oposición porque el bipartidismo corra peligro o que exista un miedo generalizado entre las altas esferas políticas o que sean todo confabulaciones para desprestigiarles. Ese tipo de argumentos son propios de trastornos victimistas o paranoides de personalidad con la clara finalidad de no querer afrontar las responsabilidades de los actos propios. Tampoco se debe partir una lanza en favor de la clase política actual, de uno u otro color, ya que es difícil defender lo indefendible o justificar lo injustificable, pero no por ello hay que convertir en profetas a quienes no predican con el ejemplo.

Este es el precio que hay que pagar por tener una vida pública y cuando no se es honrado o no se ha sido en el pasado, es mejor quedarse calladito y no intentar ser el ejemplo de rectitud que otros deban seguir ya que el Gran Hermano no distingue castas ni credos.